EL NIÑO DEL BANCO
- Juan Gilabert
- 24 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Otra mañana allí sentado, en el mismo banco de cada semana, con sus piernas entre cruzadas comiéndose su bocadillo callado, sin decir nada.
Cada mañana en la hora del recreo, mientras todos los niños y niñas salían corriendo de las clases para ir a jugar, él salía sin prisas; dejaba que todos salieran de la clase y entonces salía él.
Al salir de la clase miraba qué banco estaba vacío y se sentaba en él. A veces se quedaba allí sentado viendo cómo los demás niños y niñas jugaban al fútbol, a los que animaban a los que jugaban, mirando a los que jugaban a los aros, a la rayuela o el avión. Mirando cómo otros formaban equipos y jugaban a <<¿Quién teme al lobo?>> o al pañuelo. También estaban los que les gustaba jugar al escondite o a saltar la comba.
Sin embargo allí estaba él, sentado, callado, comiéndose su bocadillo.
Tenía seis años y cada mañana la pasaba solo en el recreo. Los chicos de su escuela no querían juntarse con él, <<no le gusta el fútbol>> decían algunos cuando le preguntaban por qué aquel niño estaba solo, o <<es que es raro, nunca nos habla>> era otra de las cosas que también se les podía escuchar decir.

Al niño parecía no importarle estar solo. Se le podía ver sonreír mientras miraba a los demás, lo que hacía pensar que lo estaba pasando bien, que estaba solo porque él así lo había querido.
Las primeras semanas permanecía allí sentado sin hacer nada, tan sólo mirando al resto de sus compañeros. A medida que iban pasando las semanas y parecía que la situación iba a seguir siendo la misma, decidió llevarse un libro para leer durante esa media hora que tenían todos los días.
Al cabo de un tiempo, había días en los que se quedaba en los baños del patio. Nadie sabía haciendo qué. Entraba cuando empezaba el recreo y salía al sonar la campana que avisaba que el recreo había terminado.
Un día decidió volver al banco, pero estaba ocupado. Había un par de niños y niñas sentados. Por lo que, decidido a volver a los baños, dio media vuelta con su libro en mano y empezó a caminar. Pero en ese momento escuchó que alguien lo llamaba. No quería darse la vuelta, pero escuchó que volvieron a llamarlo.
Se giró con la mirada clavada en el suelo.
¿A dónde vas? - le preguntó una de las niñas.
No sabía qué responder. No quería que supiesen que iba al baño a esperar que el recreo terminase.
¿Por qué no te sientas con nosotros? - le dijo el niño que estaba sentado de pie al lado del banco - ¿Qué libro está leyendo?
Él se acercó sin decir nada, aún sin levantar mucho la vista del suelo y les mostró el libro. Una de las niñas lo cogió. La portada estaba cubierta de arena y los bordes estaban doblados, al igual que el resto de las páginas.
¿Por qué tienes el libro así? - preguntó otra de las niñas - Ven, siéntate con nosotros y cuéntanos de qué va.
Le cogió de la mano y lo sentó en el centro del banco. Empezó a contarles de qué trataba el libro y el resto de niños y niñas no paraban de hacerle más preguntas sobre el libro.
Lo que nadie sabía era que no estaba solo por gusto, sino porque un grupo de niños habían dicho al resto que tenía piojos, que no se duchaba y que en clase se ponía a mirar por debajo de las faldas de las niñas. Nadie sabía que el libro tenía la portada y las páginas llenas de arena y dobladas porque, mientras estaba sentado solo en el banco leyendo, habían venido un grupo de niños, le habían cogido el libro y se lo habían tirado al suelo mientras el resto lo agarraban para que no pudiese coger el libro.
Al sentirse solo y por el miedo a que volvieran los niños, había decidido esconderse en los baños, donde nadie pudiese molestarle.
Ahora podía verse al niño de nuevo en el banco, comiéndose su bocadillo y sonriendo. Al igual que al principio. Pero no, no era como al principio. Ahora no estaba solo, estaba con más niños y niñas que habían decidido no creer los rumores. Habían decidido tenderle la mano y pasar los recreos con él.
Ahora el niño sonreía. No, no sonría, ahora el niño reía. Y no, no se le veía feliz sino que era realmente feliz.
Muchas veces hemos visto en el colegio, en clases, en cumpleaños o cualquier sitio donde había un gran número de personas, a alguien sentado solo, apartado del resto y siempre nos da por pensar que esa persona está sola porque quiere estarlo, porque es un rarito o una rarita. Pero nunca nos paramos a pensar, ¿por qué está solo en realidad?
Creo que a nadie le gusta estar solo, y quien diga lo contrario miente. Incluso cuando estás mal y crees querer estar solo, siempre viene bien tener a alguien con quien poder hablar, o simplemente estar sentados, sin decir nada. Pero saber que la otra persona está ahí, a tu lado.
En los colegios, institutos e incluso universidades siempre puedes ver a alguien que está apartado del resto. Párate a pensar por un instante por qué puede ser, párate y analiza a esa persona. Porque muchas veces lo que no se dice es más importante que lo que se dice.
Si ves que está solo y piensas que quizás podría venirle bien estar con alguien pero es demasiado tímido o tímida para hablar con alguien, acércate y se el primero o la primera en dar el paso. Nunca sabes cuánto puede alegrarle a esa persona ese gesto que, quizás a ti te parece tan pequeño, pero para ellos significa tantísimo.
Porque, el hecho de estar solos no siempre es decisión nuestra. Pero hacer que alguien no se sienta solo si puede serlo.

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